Todo arde

Lo quemas, lo quemas todo. Arrasas con tu aire, con tu alma, con tus alas. Ya no puedes volar.


Arden tus libros favoritos, que ya no tocas.


Arden los colores. Los líquidos, los sólidos, los vacíos, los llenos, los abstractos, los blanditos, los
crudos, los que duelen, los que te sanan. Todos explotan y desaparecen, dejándolo todo vacío,
muerto, roto, ni se crean, ni se transforman, se destruyen, sin rastro ni recuerdo, ni paz ni dolor.


Arde todo lo que crees que no puedes ser, todo lo que te gustaría llegar a conseguir. Toda la
belleza ajena que te congela, te bloquea, te clava, te paraliza, te secuestra en el tiempo y el espacio.


Arden tus ganas de ser como ellos, de crecer como ellos, de saber como ellos, de gustar como ellos,
de ser magnética como ellos, de interesar como ellos, de crear como ellos, de fluir como ellos, de
saber y estar como ellos, de ser fuerte como ellos, de ser sensible como ellos, de ser productiva
como ellos.


Arden las recetas de pasteles, de madalenas, de galletas, de quiches, de madre perfecta con vestido
azul y can-can y delantal de volantes que las cocina todas, para llenar vientres y calentar corazones
y alegrar paladares.


Arde la música que has dejado de escuchar, que solo recuperas cuando todo pesa y te lastra tanto
que solo ella te ayuda a salir a respirar.


Arde tu voz, que ya no suena porque voz y mente están desconectadas.


Arde tu líbido, que ya no vive porque líbido y ganas están desabejadas.

 
Arde tu serenidad, que ya no existe, porque serenidad y alma están desabrigadas.


Todo arde. Todo quema. Todo se descompone. Todo se reduce.


Las cenizas, las metes dentro de una urna. Y te das el pésame. Y te la llevas sin saber mucho qué
hacer con ellas.
 

Las abrazas encima de tu pecho. Todas estas cenizas son parte de ti.


Abres la tapa y una lágrima se te escapa. Dos, tres, una pequeña lluvia reconfortante.


La urna empieza a calentarse, vibra.


De la ceniza renaces tú. Una tú que con todo lo quemado ha aprendido a quererse más y quererse
mejor y quererse fuerte y quererse sin miedo.


En la salud, en la enfermedad, en la alegría y la tristeza, en el miedo y la pena, en la decisión y el
impulso, en la luz, la oscuridad y todos los colores y las sombras que quedan en medio.

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